jueves, 2 de julio de 2015

||<< Raíces Profundas >>||

(Por Ana María Frege Issa).
☆ Leer: Proverbios 12:3 ☆

Cuentan que un hombre edificó su casa y decidió embellecerla con un jardín interno.

En el centro plantó un roble que crecía lentamente, cada día echaba raíces y fortalecía su tallo, convirtiéndolo en un tronco capaz de resistir los vientos y las tormentas.

Junto a la pared de su casa, el hombre, plantó una hiedra y la misma comenzó a levantarse velozmente.

Todos los días extendía sus tentáculos llenos de ventosas, y se iba alzando adherida a la pared.

Al cabo de un tiempo la hiedra caminaba sobre los tejados, mientras que el roble crecía silenciosa y lentamente.

“¿Cómo estás, amigo roble?”, preguntó una mañana la hiedra.
“Bien, mi amiga” contestó el roble.

“Eso dices porque nunca llegaste hasta esta altura”, agregó la hiedra con mucha ironía.

“Desde aquí se ve todo tan distinto. A veces me da pena verte siempre allá en el fondo del patio”.

“No te burles amiga”, respondió muy humilde el roble. “Recuerda que lo importante no es crecer de prisa, sino con firmeza”.

Entonces la hiedra lanzó una carcajada burlona.

El tiempo siguió su marcha y el roble creció con su ritmo firme y lento.

Una noche, una fuerte tormenta sacudió con un ciclón la ciudad. Fue una noche terrible.

El roble se aferró con sus raíces para mantenerse erguido. La hiedra se aferró con sus ventosas al viejo muro para no ser derribada. La lucha fue dura y prolongada.

Al amanecer el dueño de la casa recorrió su jardín, y vio que la hiedra había sido desprendida de la pared y estaba enredada en sí misma, en el suelo, al pie del roble.

Entonces el hombre decidió arrancar la hiedra y la quemó.

A veces, como el roble, somos testigos de cómo la gente, sin hacer mucho esfuerzo e inclusive haciendo las cosas sin mucha transparencia van avanzando rápidamente y pareciera que han alcanzado mucho más que nosotros que buscamos obrar bien.

Nos podemos sentir decepcionados, frustrados e incluso, en nuestra impotencia, cuestionamos a Dios por lo que estamos viviendo.

No comprendemos cómo es posible que haciendo las cosas como Él nos pide, nuestro avance sea tan lento o casi nulo y que los otros, que deciden vivir de acuerdo a su conveniencia y superficialmente estén mejores.

No hagas caso de las burlas ni te fijes en cuánto ellos han crecido, lo cierto es que su futuro no es prometedor.

Aunque ahora no lo veamos, sabemos que la perversidad nunca produce estabilidad pero las raíces de los justos son profundas (Proverbios 12:3 NTV).

Mantente firme en tu llamado, cumple tu misión y no mires a los demás.

Si perseveras y vas afirmando tus raíces, no habrá tempestad que pueda arrancarte.

“Los malvados se enriquecen temporalmente, pero la recompensa de los justos permanecerá”.
- Proverbios 11:18 (NTV).-

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||<< En Él se alegrará nuestro corazón >>||

(Lecturas: Charles H. Spurgeon)
☆ Leer: Salmo 33:21 ☆

Es bendito el hecho de que el cristiano puede regocijarse aún en la angustia más profunda.

Aunque lo cerque la aflicción, canta; y, a semejanza de muchos pájaros, canta mejor cuando está en una jaula.

Quizás lo arrollen las olas, pero su alma pronto surgirá y verá la luz del rostro de Dios.

Está poseído de un espíritu de alegría que conserva siempre su cabeza sobre el agua, y lo ayuda a cantar en medio de la tempestad: "Cristo está conmigo".

¿A quién se dará la gloria?
¡A Jesús! pues ésta alegría viene de Él.

La aflicción no lleva por si misma, necesariamente, consolación al que cree, pero la presencia del Hijo de Dios en el horno ardiente, donde él está, llena de gozo su corazón.

El creyente está enfermo y sufre, pero Jesús lo visita y ablanda su cama.

Está agonizando, y las frías aguas del Jordán le van subiendo hasta el cuello, pero Jesús le pone sus brazos en su hombro y le dice:

"No temas, amado; morir es ser bienaventurado; las aguas tienen en el cielo su fuente principal. No son amargas, sino dulces como néctar, pues fluyen del trono de Dios".

Cuando el santo que fallece vadea el río, y las olas se agolpan en su derredor, y el corazón y la carne lo abandonan, suena en sus oidos la misma voz:

"No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, que yo soy tu Dios".

A medida que se acerque a los umbrales del infinito ignoto, y se sienta casi espantado de entrar en la región de las sombras, Jesús le dice: "No temas, pues al Padre le ha placido darte el reino".

Fortalecido y consolado de esta manera, el creyente no teme morir; al contrario, está deseando partir, pues desde que vió a Jesús como la estrella de la mañana, ansía contemplarlo como el sol en su esplendor.

En verdad, la presencia de Jesús es todo el cielo que podemos desear.

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