viernes, 10 de julio de 2015

||<< Aliéntese tu Corazón >>||

(Por Dilean Cañas)
☆ Leer: Salmos 27:14 ☆

Como seres humanos somos buenos cuando se trata de hacer, de buscar soluciones y resolverlos. 

Nos enseñaron que nuestro futuro está en nuestras manos y que lo que ocurra con éste, dependerá simple y llanamente de lo mucho o poco que trabajemos por las metas y sueños propuestos. 

Sin embargo, no parecemos estar igual de preparados para cuando las cosas, a pesar de nuestro esfuerzo no salen bien, cuando las circunstancias se salen de nuestras manos y no importa lo duro que luchemos, sencillamente no podemos alcanzar aquellas cosas con las que soñamos o mejor esas promesas que Dios nos regaló en su palabra.

Es allí entonces cuando el Salmos 27:14 nos da una idea de cómo manejar estas situaciones.

"Aguarda a Jehová; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová".
- Salmos 27:14.-

En esta ecuación parece que el orden de los factores es definitivamente importante. 

Primero debemos aguardar a Jehová, es decir buscar su voluntad, pedir su guía y esperar a que nuestro Padre Celestial; conocedor de todas las cosas, no solo de tus capacidades sino de tu pasado y futuro; te muestre los planes que tiene para tu vida, así que antes de gastar cantidad de energía en cosas que no darán resultado, busca la asesoría y dirección de tu creador. 

Luego viene la parte en la que somos expertos, una vez conoces los planes de Dios para tu vida, entonces esfuérzate, se valiente, no te canses, no te rindas, trabaja, y cuando llegue ese momento en que no ves los resultados que esperabas, cuando las cosas no salen como tu deseabas y parece que Dios se equivocó en lo que te dijo, no le permitas al desanimo llegar a tu vida, antes dice el salmo que te alientes, que no desmayes, que no desfallezcas, recuerda que con Dios no vivimos por lo que vemos, sino por lo que sabemos y tu certeza debe ser que Dios va delante de ti, que Él es quien abre o cierra puertas y que los resultados dependerán siempre de la soberanía de Dios.

Debemos aprender a hacer nuestra parte y confiar en que Dios hará la suya, como lo hizo Abraham quien vivió esperando esa promesa de que sería padre y confió aunque su cuerpo estaba casi muerto y su esposa era estéril.

“Ante la promesa de Dios no vaciló como un incrédulo, sino que se reafirmó en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tenía poder para cumplir lo que había prometido.”
- Romanos 4:20 (NVI).-

Por lo tanto el último punto es descansar, confiar y esperar. 

Éste es el mejor momento para Dios mostrarte que es soberano, y poderoso para responder a tu esfuerzo y oraciones y a la vez es tu mayor oportunidad para demostrarle a Dios que no confías en tus fuerzas ni en tus capacidades sino en su señorío, promesas y amor hacia a ti.

Por lo tanto consérvate fiel a tus tareas y a Dios, espera en el Señor con Fe, oración y humilde sujeción a su voluntad.

Llénate de valor y coraje. 

Confía en Dios, conserva tu ánimo aun en medio de dificultades y peligros.

Permítele a tu corazón reposar en Dios, y no dejes que nada te mueva.

Aquellos que esperan en Dios tienen motivos para estar confiados a pesar de las circunstancias.

“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”.
- Isaías 26:3.-

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||<< Conciudadanos de los santos >>||

(Lecturas: Charles H. Spurgeon)
☆ Leer: Efesios 2:19 ☆

¿Qué quiere decir ser conciudadanos del cielo? 

Quiere decir que estamos bajo el gobierno del cielo. 
Cristo, el Rey de los cielos, reina en nuestros corazones. 

Nuestra oración cotidiana es esta: "Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra". 

Las proclamas expedidas desde el trono de gloria son espontáneamente recibidas por nosotros. 

Obedecemos con alegría los decretos de nuestro Gran Rey. 

Luego, como ciudadanos de la Nueva Jerusalén, participamos de los honores del cielo. 

La gloria que pertenece a los santos beatificados, nos pertenece también a nosotros, pues nosotros somos ya hijos de Dios, príncipes de sangre real. 

Ya vestimos la inmaculada vestidura de la justicia de Jesús. 

Ya tenemos a los ángeles como nuestros servidores, a los santos como nuestros compañeros, a Cristo como nuestro hermano, a Dios como nuestro Padre, y la corona de inmortalidad como nuestro galardón. 

Participamos de los honores de la ciudadanía, pues nos hemos llegado a la compañía y a la congregación de los primogénitos que están alistados en los cielos. 

Como ciudadanos, tenemos derecho sobre todos los bienes que hay en el cielo. 

Sus puertas de perla y sus murallas de crisólito son nuestras; la luz de aquella ciudad que no tiene necesidad de lumbre de antorcha, ni de lumbre de sol es nuestra; el río de agua de vida y las doce clases de frutas que llevan los árboles que están plantados de la una y de la otra parte del río son nuestras. 

No hay nada en el cielo que no nos pertenezca. 

"Lo presente y lo porvenir" es nuestro. 

Además, como ciudadanos del cielo gozamos de sus delicias. 

¿No se gozan sus habitantes cuando los pecadores se arrepienten y los prodigios retornan? 

Lo mismo hacemos nosotros.

¿No cantan ellos las glorias de la gracia triunfante?

Nosotros hacemos igual. 

¿No echamos nosotros aquí nuestros honores como ellos, en el cielo echan sus coronas, a los pies de Jesús? 

Si somos ciudadanos del cielo, hagamos que nuestra conducta sea consistente.

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