miércoles, 15 de julio de 2015

||<< El fuego ha de arder contínuamente en el altar; no se apagará >>||

(Lecturas: Charles H. Spurgeon)
☆ Leer: Lev. 6:13 ☆
Conserva encendido el altar de la oración privada. Esto es la vida misma de toda piedad. 

El templo y el altar familiar toman de allí su fuego; hagamos, pues, que arda bien.

La devoción privada es la esencia, la evidencia y el barómetro de la relación vital y experimental. 

Que arda aquí el cebo de tus sacrificios. 

Que tus devociones particulares sean, si es posible, regulares, frecuentes y tranquilas. 

La oración eficaz puede mucho. 

¿No tienes nada por que orar? 

Ora por la Iglesia, por el ministerio, por tu propia alma, por tus hijos, por tus relaciones, por tus vecinos, por tu patria y por la causa de Dios y la verdad en el mundo entero. 

Examinémonos a nosotros mismos sobre este importante asunto.

¿Atenderemos con indiferencia la devoción privada?

¿Arde débilmente en nuestros corazones el fuego de la devoción?

¿Las ruedas del coche marchan pesadamente?

Si es así, alarmémonos ante este indicio de decadencia. 

Vayamos con lágrimas a Dios y demandemos el espíritu de gracia y de oración. 

Apartemos momentos especiales para oraciones extraordinarias. 

Pues si este fuego se apaga bajo las cenizas de una mundana conformidad, se apagará también el fuego del altar familiar, y quedará disminuida nuestra influencia tanto en la Iglesia como en el mundo. 

El texto también se puede aplicar al altar del corazón. 

Este es, en verdad, un altar de oro. Dios quiere que los corazones de los suyos ardan de amor por Él. 

Demos a Dios nuestros corazones inflamados de amor, y busquemos su gracia para que el fuego nunca se apague, pues el fuego no arderá si el Señor no lo conserva encendido. 

Muchos enemigos intentarán extinguirlo, pero si la mano invisible, que está detrás de la pared, derrama sobre Él, el óleo sagrado, arderá cada vez con mayor fuerza.

Usemos los textos de la Biblia como combustible para el fuego de nuestra alma, pues ellos son como brasas de carbón.

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||<< Personas como nosotros >>||

(Por Philip Yancey)
☆ Leer: Mateo 9:35-38 ☆
"Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (v. 38).

A finales del siglo XIX, William Carey sintió el llamado a viajar a la India como misionero, para compartir la buena noticia de Jesús.

Algunos pastores se mofaron, diciendo: «Joven, si Dios quiere salvar [a alguien] en India, ¡lo hará sin tu ayuda ni la nuestra!».

No entendían el concepto de la coparticipación.

Como participantes en la obra del Señor en este mundo, insistimos en que se haga su voluntad, pero, al mismo tiempo, nos comprometemos a hacer lo que Él requiera de nuestra parte.

«Venga tu reino. Hágase tu voluntad», es lo que Jesús nos enseñó a orar (Mateo 6:10). Estas palabras no son una calmada petición, sino una santa demanda.

¡Danos justicia!
¡Endereza el mundo!

El papel de Dios y el nuestro son diferentes.

Nuestra función es seguir los pasos del Señor, llevando a cabo su obra mediante nuestras acciones y plegarias.

Tomando prestada la metáfora de Pablo en Colosenses 1:24, somos el cuerpo de Cristo en la Tierra. 

Cuando somos misericordiosos con los que sufren, estamos alcanzándolos con las manos del propio Señor.

● Señor, tú nos has llamado amigos. Aunque sea con una pequeña acción, ayúdanos a mostrar tu amor a este mundo dolido, para que muchos te conozcan.
Amén! 

«Espera grandes cosas de Dios; intenta grandes cosas para Dios» (William Carey).

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