martes, 18 de agosto de 2015

||>> Convencida por mis propias palabras.

(Por Julie A. Link)
☆ Leer: 1ª Crónicas 28:1-10 ☆
«... Yo tenía el propósito de edificar una casa en la cual reposara el arca del pacto de Jehová...» (v.2).

Me dediqué de lleno al ministerio de alabanza y adoración de la iglesia porque me encanta ayudar a la gente a conectar la adoración del domingo con la adoración personal y diaria.

Formé parte de comités y fui líder del grupo de alabanza y adoración de nuestra Iglesia. 

También escribía oraciones semanales en el boletín de nuestra Iglesia y motivos de oración para acompañar a la lectura bíblica de cada día. 

Trabajaba con nuestro Pastor de adoración para planificar las celebraciones, pero entonces él renunció.

Cuando se formó el comité encargado de buscar un sustituto, no me invitaron a formar parte de él, haciéndoles saber que me sentí usada y no apreciada. 

Traté de justificar mi mala actitud pero no logré mucho.

Entonces, mientras trabajaba en el boletín para la semana próxima, me detuve al ver las palabras que yo misma había escrito justamente un año atrás. 

Mientras escribía el motivo de oración que iba con 1ª Crónicas 25-29, el cual incluye el relato del deseo no cumplido de David de edificar el templo, mis propias palabras me dieron convicción: «Oremos para no sentir resentimiento cuando Dios da a otra persona la tarea que nosotros esperábamos realizar.»

Inmediatamente llamé al presidente del comité de búsqueda para confesarle mi actitud incorrecta, y decirle que le apoyaría en la difícil tarea que teníamos por delante.

Y lo sigo haciendo, porque la obra pertenece a Dios, no a mí. 

● Sé fiel... y deja los resultados a Dios.

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||>> Soberano sobre el pecado.

(Por Dr. Charles Stanley -
Ministerio en Contacto)
☆ Leer: Isaías 14:24-27 ☆

Dios es soberano. Esto significa que Él es la autoridad suprema sobre todas las cosas, incluyendo el pecado y sus consecuencias.

Sin embargo, Él no hace que alguien peque —hacerlo violaría su naturaleza Justa y Santa.

Sin embargo, el Señor sí permite que la tentación toque nuestra vida. Y puesto que tenemos libre albedrío y el Espíritu Santo, podemos decidir cómo responder, y estamos totalmente equipados para resistir. 

Afortunadamente, Él mantiene el control final y entreteje las consecuencias de nuestras acciones de acuerdo con sus propósitos.

A veces, Dios permite que nuestro pecado siga su curso.

Por ejemplo, cuando los israelitas se negaron a apartarse de su desobediencia, Él “los [abandonó] a su obstinada voluntad, para que actuaran como mejor les pareciera” (Salmos 81:12-NVI).

Sin la protección divina, la nación sucumbió a las influencias de la corrupción, y al final fue tomada.

El Señor pudo haberlos protegido de ese resultado, pero esas mismas consecuencias llevaron a los israelitas al arrepentimiento, lo cual era su plan original.

Y a la inversa, Dios a veces obstaculizará el pecado.

Tal fue el caso cuando el rey Abimelec tomó para sí a la esposa de Abraham.

El rey había sido engañado, y no sabía que estaba a punto de cometer un pecado, pero el Señor conocía el engaño, e intervino (Génesis 20:1-6).

El plan más sabio, por supuesto, es obedecer a Dios. La tentación es inevitable, pero el pecado no.

La soberanía del Señor sobre nuestra vida significa que cualquier tentación debe pasar primero por su voluntad, de esta manera, se asegura de que sus hijos no se sientan tentados más allá de lo que puedan resistir (1 Corintios 10:13).

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