(Por el Pr. César Castellanos).
La Segunda ocasión en la cual Jesús derramó su sangre fue cuando flagelaron su cuerpo con el látigo de Roma.
Lo único que puede limpiar nuestros pecados es la Sangre de Jesús.
Podemos alcanzar redención y sanidad a través de su cuerpo llagado.
No debe haber nada fuera de orden en nuestro cuerpo; la sanidad es una bendición y no podemos permitir que el enemigo nos robe la paz con alguna enfermedad.
Jesús, al tomar nuestro lugar, se convirtió en nuestro sustituto; Él era la única persona que podía llevar sobre su cuerpo todos los efectos que vinieron sobre la raza humana por causa del pecado de Adán.
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