(Por el Pastor Mark Jeske)
● Leer: 1 Samuel 20:13-16 (RV1960).
Si quiere conocer la ambición humana al desnudo, ingrese a una campaña política.
Cuanto más alto sea el cargo, más desesperado y de doble filo es el juego.
Uno de los asesores del presidente Nixon dijo una vez: “En esta ciudad, a uno lo miden por la magnitud de las personas que ha destruido”.
Imagine la presión y el deseo que hay en el corazón del príncipe heredero de una monarquía: No tendrá que presentarse a las elecciones: son suyas con toda seguridad la autoridad suprema y la riqueza.
Jonatán, el hijo del rey Saúl, debía ser el rey, pero sabía que el profeta Samuel había ungido a David como sucesor de su padre.
Jonathan es un héroe, no sólo porque fue un amigo verdadero y leal de David, sino también porque renunció con alegría y generosidad a su aspiración al trono.
Le dijo a David “Y que el Señor te ayude como ayudó a mi padre! Ahora bien, si para entonces vivo todavía, trátame con la misma bondad con que el Señor te ha tratado. Y si muero, no dejes de ser bondadoso con mi familia. ¡Que el Señor les pida cuentas a tus enemigos, y los destruya por completo!” (vv. 13-16).
¿Puede animar a una persona que tiene la alta posición que cree que usted merece?
¿Podría ir contra su propio padre cuando sabe que está equivocado?
¿Puede aceptar un papel menos importante que el que quería o esperaba en la vida, si ve que es la voluntad de Dios?
¿Ha aprendido a encontrar alegría sacrificando sus deseos para el beneficio de otra persona?
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