jueves, 30 de julio de 2015

||<< El significado de mi oración >>||

(Por Dilean Cañas)
☆ Leer: Mateo 6:10 ☆
"Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo".

La voluntad en el cielo es máxima, allí no hay espacio para la intervención de alguien más que no sea el mismo Dios. Allí se hace su perfecta voluntad y nada más que eso.

Cuando oramos a Dios; Hágase tu Voluntad en el cielo (donde siempre se hace su voluntad), como en la tierra (lo que implica nuestra vida o la de los seres que amamos), en realidad estamos diciendo; “Aceptamos y nos sujetamos a lo que sea que ya has preparado para nuestro presente y futuro".

Por la palabra de Dios, sabemos que la voluntad de Dios es buena, perfecta y siempre nos llevará a un fin próspero, pero esto no quiere decir que el camino para llegar allá será siempre de rosas o sin dificultades.

La voluntad de Dios, aunque buena y perfecta, incluye momentos y situaciones adversas, por medio de las cuales Dios forma nuestro carácter y nos prepara para su voluntad en nuestras vidas.

Cuando hagas esta oración, hazla consciente de lo que estás orando, no repitas por repetir sino que ora a Dios disponiendo tu corazón a aceptar la perfecta voluntad de Dios en tu vida, así como se cumple en el cielo.

Recuerda que vendrán días de lluvia e incluso tormenta, también disfrutarás de días soleados y de calma, pero si estás viviendo sujeto a la voluntad de aquel que te ama, quien con amor eterno te protege y aquel que tiene planes maravillosos para tu vida, puedes confiar que el fin de cada situación en tu vida cumplirá el propósito perfecto.

Que la voluntad de Dios no sea tan sólo una oración, sino un estilo de vida.

“Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen Espíritu me guíe a tierra firme”.
- Salmos 143:10.-

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||<< ¿Quién tiene la culpa? >>||

(Por Julie Ackerman Link)
☆ Leer: Mateo 15:7-21 ☆
"Porque del corazón salen los malos pensamientos, […] que contaminan al hombre…" (vv. 19-20).

Mientras levantaba botellas vacías de la playa y las ponía en el cesto de basura que estaba cerca, le refunfuñé a mi esposo:

«¿Qué les cuesta traer la basura hasta aquí? ¿Dejar la playa hecha un desorden los hace sentir mejor? Espero que sean turistas. No quiero imaginar que las personas de aquí descuiden tanto nuestra playa».

Al día siguiente, encontré una oración que había escrito hacía años sobre juzgar a los demás.

Mis propias palabras me recordaron el error de enorgullecerme por haber limpiado el desorden provocado por otras personas.

En realidad, ignoro muchas cosas sobre mí misma; en especial, en lo espiritual.

Me apresuro a afirmar que el desorden en mi vida se debe a que los demás hacen las cosas mal, y que la «basura» que genera mal olor a mi alrededor le pertenece a otras personas y no a mí. Pero nada de esto es cierto.

Nada externo puede contaminarme, sino solo lo que tengo adentro (Mateo 15:19-20).

La verdadera basura es la actitud que me lleva a despreciar el olorcillo del pecado de los demás, mientras ignoro la hediondez del mío.

● Señor, perdóname por negarme a desechar mi propia «basura». Abre mis ojos para que pueda ver el daño que mi orgullo le produce a tu creación natural y espiritual, y que no participe en ello por  favor.
En Tu Santo nombre te lo pido.
Amén!

>> La mayoría es hipermétrope con el pecado: ve el de los demás, pero no el propio.

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