(Por el Pastor Mark Jeske)
● Leer: S. Lucas 2:4-5 (RV1960).
Cuando el ángel Gabriel fue a una mujer llamada María con el anuncio del nacimiento más raro del mundo, puede haber sonado un poco glamoroso: “Hijo del Dios altísimo; el trono de su padre David; reinará sobre la casa de Jacob para siempre. . . ".
¡Menos mal que María debió estar un poco aturdida al principio!
Pero ese papel le iba a costar. Llevar el rótulo de madre soltera no era un placer en un pueblo pequeño; ni tampoco lo fue la decisión de ir con José a registrarse en Belén para el censo imperial.
“Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta.” (vv. 4-5).
¿Le gustaría caminar o montar en burro 120 kilómetros por unos caminos de tierra con grandes desniveles, con un embarazo casi a término? No lo creo.
No sé si María calculó mal el tiempo o si sencillamente decidió que no podía soportar quedarse sola en Nazaret, pero hizo el difícil viaje con nueve meses de embarazo.
¿Y qué decir del trauma de ir al trabajo de parto en un establo, en la oscuridad, con su carpintero / novio como partera?
Esta mujer está entre los héroes; de hecho, todas las generaciones la han llamado bienaventurada.
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