(Por el Pastor Mark Jeske)
● Leer: Jueces 3:1-11 (RV1960).
El séptimo libro de la Biblia tiene un nombre confuso: Jueces parecería anunciar una lectura árida, como si se tratara de antiguos informes legales o resúmenes de casos judiciales polvorientos.
Nada de eso.
Un mejor título sería "líderes" o "campeones".
Esos capítulos ilustran la forma predilecta de Dios para producir un cambio importante en la vida de su pueblo: enviando a una persona.
El libro de Jueces trata del poder de unos enviados.
El primero de esos jueces, a los que podemos llamar líderes de la transformación, es Otoniel.
Su historia ilustra cómo llega a tener un gran impacto en toda la sociedad el poder de una sola persona.
Israel había perdido su arraigo espiritual y se había ido tras el dios cananeo Baal.
Dios permitió que los atormentaran unas bandas invasoras que provenían de la cercana Aram, durante ocho años.
Ellos clamaron a él en busca de ayuda.
¿Qué hizo Dios? Envió a un hombre:
“El espíritu del Señor vino sobre Otoniel, el cual acaudilló a los israelitas; salió a la batalla, y el Señor le dio la victoria sobre Cusán-risataim. Después de eso hubo paz en la región durante cuarenta años” (Jueces 3:10,11).
Nunca diga: "Soy solo uno"; nunca diga: "¿Qué puede hacer una sola persona?"
A veces uno es suficiente.
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