(Lecturas: Charles H. Spurgeon).
☆ Leer: Jonás 4:9 ☆
La ira no es necesariamente mala, pero tiene una tendencia tan marcada a desviarse, que todas las veces que se presenta, tendríamos enseguida que examinar su índole con esta pregunta:
"¿Haces bien en enojarte?"
Puede ser que podamos responder: "Si".
Muy frecuentemente la ira es la tea del loco, pero algunas veces es el fuego de Elías que cae del cielo.
Hacemos bien cuando nos airamos con el pecado con el mal que comete contra nuestro bondadoso y clemente Dios; o cuando nos airamos contra nosotros mismos por seguir siendo tan torpes, después de haber recibido tanta instrucción divina; o también cuando nos airamos con los demás porque obran lo malo.
El que no se enoja ante la transgresión es porque participa de ella.
El pecado es aborrecible y odioso y ningún corazón regenerado puede soportarlo con paciencia.
Dios mismo está airado con el impío todos los días, y en su Palabra está escrito: "Los que amáis a Jehová, aborreced el mal".
Pero mucho más frecuentemente tenemos que temer que nuestra ira no es recomendable ni aún justificable, y entonces tenemos que responder: "No".
¿Por qué tenemos que estar malhumorados con los hijos, enojados con los sirvientes y airados con los compañeros?
¿Es honrosa esa ira para nuestra profesión cristiana, o glorificamos con ella a Dios?
¿No es el viejo corazón malo el que busca obtener dominio, al cual tendríamos que resistir con toda la fuerza de nuestra nueva naturaleza?
Muchos de los que profesan ser cristianos se rinden al carácter irascible, como si fuera inútil intentar resistirlo.
El creyente debe recordar que es menester que sea vencedor en todo sentido, de lo contrario no será coronado.
Si no podemos dominar nuestro genio, ¿Qué es lo que la gracia ha obrado en nosotros?
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