(Por el Pastor Mark Jeske)
● Leer: Hechos 11:19-21 (RV1960).
Es propio de la naturaleza humana preferir la compañía de personas como uno mismo.
La tribu es una poderosa fuerza organizadora. La mayor parte de las veces eso no es malo; hay asociaciones de profesionales, grupos de madres, y actividades deportivas que tienen que ver con necesidades y habilidades similares de las personas.
Pero se convierte en un problema cuando las congregaciones son tan homogéneas que los de afuera no pueden entrar, y cuando los miembros del "club" no saben cómo atraer a los que están afuera, e incluso no quieren.
Los grupos sociales, incluidas las iglesias, no necesitan cambiar si no tienen que hacerlo.
Se trata de un antiguo problema.
“Después de la muerte de Esteban, comenzaron a perseguir a los creyentes, por lo que algunos tuvieron que huir a Fenicia, Chipre y Antioquía. Allí anunciaron a los judíos el mensaje del evangelio, pero no a los demás. Sin embargo, algunos creyentes de Chipre y de Cirene llegaron a la ciudad de Antioquía y hablaron también a los no judíos, anunciándoles la buena noticia acerca de Jesús, el Señor. El poder del Señor estaba con ellos, y así fueron muchos los que dejaron sus antiguas creencias y creyeron en el Señor”
(vv. 19-21).
Esos hombres no identificados, de una isla y de África del Norte, ayudaron a construir una congregación racial y socialmente inclusiva en Antioquía.
Para que su tribu aumente, la iglesia de nuestro país necesita desesperadamente congregaciones cuyos miembros sepan y quieran llegar a personas que no son como ellos.
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