(Por Dilean Cañas)
☆ Leer: Romanos 8:18 ☆
"Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse".
Todos los días, cuando me dirijo a mi trabajo, puedo apreciar cuando el sol se pone.
Es un paisaje maravilloso y se ha convertido en un recordatorio de las misericordias de Dios.
Siento que El está ahí cuidándome y que ha preparado un nuevo día pensando en mí.
Cuando miro el sol puedo estar tranquila porque sé que Dios estará conmigo todo el tiempo.
Pero hoy al llegar a la carretera pude apreciar que todo estaba muy nublado.
Aunque tenía la expectativa de ver el sol como siempre, recordé que una tormenta se aproximaba a nuestra ciudad, por lo tanto lluvias, fuertes vientos y el cielo nublado es el pronóstico para la semana.
Pensé entonces que no iba a ser imposible ver el sol, en medio de tantas nubes y una tempestad.
Efectivamente fue así, debido al clima, mi visibilidad se nubló, los nubarrones cubrían completamente el lugar donde antes solía divisar mi regalo, sin embargo; seguí mirando con más detenimiento y pude apreciar que aún en medio de las espesas nubes, los rallos del sol se abrían espacio para llegar hasta mi.
Esto me recordó aquellos momentos en mi vida donde parece que no puedo ver a Dios.
La tormenta es tan fuerte que Dios no es tan visible como en situaciones más alegres y menos turbulentas.
Sin embargo, aquellos rayos de luz me permitieron entender que inclusive en aquellos momentos de dificultad y problemas, situaciones en las que sencillamente no estoy esperando ver a Dios, porque todo parece en contra y las circunstancias parecen callarlo u opacarlo; aún puedo ver que El sigue obrando – detrás de las nubes- pero sigue obrando.
Entendí que la tormenta no removió el sol, simplemente lo ocultó de mi vista.
Igual ocurre con los problemas, ellos no pueden destronar a Dios, El continua en su lugar, la tormenta solo me impide verlo.
En ese momento no puedes girar y creer que Dios no existe o que dejó de cuidarte, de ninguna manera, lo que necesitas es mirar con más detenimiento, te va a costar un poco, pero si lo haces vas a poder ver aquellos rayos aún en medio de la tormenta recordándote que Dios no se ha ido y que hará todo lo posible para atravesar aquella tormenta y llegar hasta ti.
Durante todo el camino no pude ver el sol en su esplendor, y sé que la tormenta durará un par de días más, pero una vez pase, podré mirar de nuevo al cielo y lo veré allí.
Pero mientras tengo este cielo gris, nubes, preguntas, temor e incertidumbre, voy a confiar que en poco volveré a disfrutar de un sol radiante.
¿Puedes confiar tú también que esos tiempos de dolor, tristeza y preocupación van a pasar?
¿Te atreves a creer que en un tiempo esta situación será tan solo un recuerdo más?
Claro que puedes hacerlo y con certeza, porque Dios así lo prometió en su palabra.
Toma un tiempo para mirar con detenimiento y observar los rayos de Dios alcanzándote aún en medio de la tormenta.
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