(Por Herbert Vander Lugt)
☆ Leer: Romanos 16:1-20 ☆
"Os recomiendo además nuestra hermana Febe, la cual... ha ayudado a muchos..." (v.1-2).
El filósofo francés Jean-Paul Sartre (1905-1980), no sentía más que desdén por el concepto del compañerismo.
Veía a todo el mundo como competidores.
Según esta perspectiva, la gente siempre está luchando mútuamente en una especie de rivalidad continua.
La competencia puede ser saludable en el mundo de los negocios y el atletismo.
Sin embargo, se vuelve perjudicial cuando las actitudes y acciones de una persona se convierten maliciosamente en servidoras de sí mismas.
Ese tipo de competencia no debe tener cabida en un matrimonio ni en la iglesia.
Cuando los cónyuges tratan de superarse el uno al otro en una carrera, o en alguna otra cosa, el matrimonio puede verse en problemas.
El Apóstol Pedro amonestó a los hombres de una sociedad dominada por ellos a que trataran a sus esposas como compañeras, como «cohederas de la gracia de la vida» (1 Pedro 3:7).
Cuando alguien empieza a quejarse acerca de personas en la iglesia que siempre tratan de dirigir las cosas, el problema podría ser la presencia de un espíritu competitivo.
En Romanos 16, Pablo vio a sus hermanos en la fe como compañeros, no como competidores.
Todos los cristianos, hombres y mujeres, son miembros de la familia de Dios, y sirven a Jesús como colaboradores en la empresa más grandiosa de todas.
Compañeros, no competidores: eso es lo que Cristo quiere que seamos.
● Cuidado: la competencia puede destruir el compañerismo.
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