(Por Randy Kilgore)
☆ Leer: Lucas 22:54-65 ☆
"… Y Pedro le seguía de lejos (v. 54)".
Cuando escucho historias de jóvenes que han sido acosados socialmente, noto que hay, al menos, dos niveles de daño.
El primero y más evidente surge de la naturaleza malintencionada de quienes los acosan.
Esto es esencialmente terrible. Pero hay otra herida más profunda que puede terminar siendo más dañina que la primera: el silencio de los demás.
Daña al intimidado porque lo abruma que nadie quiera ayudarlo.
A menudo, esto intensifica el descaro y la maldad de los amedrentadores. Y, peor aún, aumenta la vergüenza, el sentimiento de culpa y la soledad de la víctima.
Por eso, es imperativo defender al que sufre y condenar el comportamiento de los agresores (ver Proverbios 31:8a).
Jesús sabe perfectamente lo que se siente al ser acosado y abandonado en el sufrimiento.
Sin causa, lo arrestaron, lo golpearon y se burlaron de Él (Lucas 22:63-65).
Mateo 26:56 declara que «todos los discípulos, dejándole, huyeron». Incluso Pedro, uno de sus amigos más cercanos, negó tres veces conocerlo (Lucas 22:61).
Aunque otros no puedan entender por completo, Jesús sí lo hace.
Cuando veamos que hieren a otros, podemos pedirle al Señor que nos dé valor para hablar sin temor.
● Señor, haznos valientes para defender a los que lo necesitan. Ayúdanos a mostrarles que tú entiendes su dolor y soledad.
Amén!
>> La voz de un creyente valiente, es el eco de la voz de Dios.
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