☆ Lectura: Apocalipsis 20:11-15 ☆
Un presidiario que esperaba la ejecución de la pena de muerte, tenía un profundo sentido de culpa.
Había asesinado a un hombre en presencia de los dos hijos de la víctima en un intento de robo.
El convicto se sentía tan mal que rehúso permitir que su abogado apelase por un aplazamiento de la ejecución.
Para él, marcharse de esta vida era escapar de su conciencia y del reproche de una sociedad enojada.
El presidiario dijo: “Es mi salida de este infierno en vida”.
¡Qué equivocado estaba!
A menos que hubiese hecho las paces con Dios, la muerte tan sólo le abriría la puerta a algo mucho peor: ¡el infierno eterno!
La Biblia dice: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).
Puede que no seamos asesinos, pero todo hemos pecado (Rom.3:23).
Por lo que a Dios respecta, eso merece la pena de muerte (Rom.6:23), pero Él ha provisto una manera de evitar ese destino fatal.
Dios dió a Su Hijo para que muriese en lugar nuestro, y todos los que creen en Él, en Su sacrificio sustitutivo y resurrección, son librados de la condenación eterna.
A diferencia del convicto que esperaba encontrar alivio por medio de la ejecución, nosotros podemos encontrar la verdadera libertad.
La Biblia nos asegura esto: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom.8:1).
Él es nuestra única salida del dilema del pecado. Lo que hagas con Cristo ahora, determinará lo que Él haga contigo después.
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