☆ Lectura:
Eclesiastés 9:16-10:10 ☆
Comenzó como una planta diminuta en las laderas de las montañas rocosas de Colorado unos 500 años atrás.
Durante siglos fue un árbol muy alto, soportó fuertes vientos, relámpagos, tormentas de nieve y hasta avalanchas.
Sin embargo hoy, el que una vez fuera un árbol imponente, no es más que un montículo de madera que se está desmoronando.
¿Qué causó su desaparición?
Un enjambre de escarabajos lo atacó y lo desgastó hasta que aquel rascacielos de la naturaleza sucumbió a esos diminutos insectos y se vino abajo.
Esa es también la trágica historia de muchos creyentes.
Permanecen firmes para Dios por muchos años. Resisten tentaciones, crisis y son intrépidos en la encomienda o el ministerio que les fue previsto divinamente.
Pero los pecados pequeños comienzan a roer sus vidas: pequeñas mentiras, transigencias con la codicia, prepotencia y la lujuria en otras ocasiones, poco a poco van erosionando su carácter. Y de repente caen.
Cantar de los Cantares 2:15 dice: “Atrapen todos los zorros, esos zorros pequeños, antes de que arruinen el viñedo del amor…”.
Este vivido versículo del Antiguo Testamento debería tocar una estrepitosa alarma en nuestras conciencias.
No debemos tolerar los pequeños males que corroen las raíces de nuestras vidas.
Si lo hacemos, nuestro testimonio por Cristo, que una vez fuera fuerte, se convertirá en una víctima silenciosa del pecado.
Reconozcamos esos “diminutos enemigos” o males a Dios ahora mismo, antes de que nos lleven a una gran caída.
Una caída grande comienza con un pequeño tropiezo.
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