☆ Lectura: Fil. 1:12-21 ☆
Un amigo fue confrontado por un predicador callejero que llevaba un cartel en una Universidad, que decía: ¿Te invito a conocer a mi mejor Amigo?
Mi amigo que era estudiante y sólo había sido creyente por dos años, experimentó sentimientos contradictorios acerca de la situación.
Ya antes se había encontrado predicadores callejeros que gritaban el mensaje de salvación en un estilo y en un espíritu, que parecía perjudicar el testimonio de Cristo más que favorecerlo.
Sin embargo, este hombre era diferente de los demás.
Mi amigo poco a poco fue confiando en que aquel hermano en Cristo hablaba la verdad en amor.
Al poco rato se ofreció para sostenerle el cartel al agotado evangelista.
Esto significó que mi amigo se convirtiera en la blanco de la burla de otros estudiantes.
Una estudiante le preguntó por qué sostenía el cartel.
El muchacho le explicó que el mensaje y el espíritu del hermano predicador le parecían correctos.
Poco después, la muchacha le pidió a mi amigo que la dejase sostener el cartel.
La convicción del predicador callejero era contagiosa.
Quizás no te sientas preparado para compartir tan públicamente tu testimonio, sin embargo existen innumerables cantidades de formas de mostrar nuestra identificación con Cristo.
Por ejemplo, compartiendo en tu perfil pensamientos espirituales con tus amigos en las redes sociales, o ayudando en algún ministerio u organización que comparta el amor de Dios con los menos favorecidos, realizando actos desinteresados hacía otros o compartiendo tu testimonio de lo que Cristo ha hecho en tu vida con otros que no le conocen.
Nuestro compromiso tiene que ser lo sufrientemente fuerte como para que sea contagioso.
El entusiasmo por Cristo se contagia; ¿Se ha contagiado alguien de ti, que estás imitando el carácter de Cristo?
=*=
Amén!
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