☆ Lectura: Gálatas 5:1-6; 16-21 ☆
La libertad es peligrosa en manos de los que no saben usarla. Por eso a los criminales se les confina tras barras de acero y muros de concreto.
Imaginemos una hoguera que se deja extender por un bosque seco. Pronto se convierte en un infierno abrasador.
La libertad no vigilada puede crear caos.
En ningún lugar eso es más evidente que en la vida cristiana.
Los creyentes son libres de la maldición de la ley, de su pena y del poder de esa ley, que produce sentimientos de culpa.
El temor, la ansiedad y la culpa son sustituidos por la paz, el perdón y la libertad.
¿Quién podría ser más libre que aquel que es libre en lo profundo de su alma?
Pero ahí es donde muchas veces fallamos.
Usamos nuestra libertad para vivir egoístamente, caemos en patrones de vida que en nada son ejemplo de lo que es una vida cambiada por Dios, caracterizada por el amor y el servicio.
El uso debido de la libertad es “una fe que obra por el amor” para servirnos mutuamente (Gál.5:6,13).
Cuando confiamos en el Espíritu y empleamos nuestra energía en amar a Dios y ayudar a otros, las obras destructivas de la carne son refrenadas por Dios (Gál.5:16-21).
Por lo tanto usemos siempre nuestra libertad para edificar, no para derribar.
Al igual que un fuego incontenible, la libertad sin límites es peligrosa, pero cuando se controla es una bendición para todos, al recordar como somos totalmente dependientes de Dios.
La libertad no nos da el derecho de hacer solamente lo que nos agrada a nosotros, sino lo que agrada a Dios.
Recordemos que no somos seres independientes, somos dependientes de Dios en todo momento.
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